¿Por qué trato mal a la gente que quiero?

Hola, bonitas, y bienvenidas un domingo más al pódcast de Somos Estupendas. Te has preguntado alguna vez ¿por qué trato mal a la gente que quiero? En mayor o menor medida, todas nos hemos encontrado alguna vez en esta situación. Hoy vamos a hablar sobre por qué tratamos mal a las personas que queremos.

Cuando alguien nos importa mucho, especialmente familiares, amistades o vínculos afectivos, suelen ser esas personas a las que peor tratamos. La pregunta es: ¿por qué? ¿Qué nos lleva a comportarnos de esta manera? Eso es lo que vamos a descubrir en el podcast de hoy junto con Juan Jesús, que forma parte del equipo presencial de psicólogos de Barcelona.

¿Por qué tratamos mal a las personas que queremos?

Hay muchísimos factores que influyen si pensamos en por qué trato mal a la gente que quiero, entre ellos la normalización del maltrato y la violencia. No solo la violencia física, que es más visible, sino también la emocional y psicológica, que son más difíciles de identificar.

Cuando hablamos de violencia y buenos tratos los niños y niñas en primaria ya empiezan a decir que insultos como “eres gilipollas” o “eres tonto”. Piensan que no es violencia, “normales” entre amistades. Solo dicen que es violencia las agresiones físicas muy graves. Los insultos o humillaciones que vulneran la seguridad y el bienestar están normalizados.

Esto empieza desde la infancia, cuando permitimos insultos disfrazados de bromas, reprimendas desproporcionadas, trauma emocional, castigos o incluso el castigo con el silencio. Aprendemos por observación y se transmite de generación en generación, perpetuando las dinámicas. Normalizamos hablarnos mal, hacer bromas que no hacen gracia y descuidar cómo nos comunicamos con los demás.

¿Cómo tratar a las personas que te tratan mal?

Tenemos muchísima violencia verbal camuflada como ironía o como una forma de demostrar afecto. Ese “si te insulto, es porque te quiero”, como si fuera un acto de amor, no es correcto. Si normalizamos esto como un acto de amor estamos incluyendo la violencia como parte de nuestras expresiones afectivas.

Te animamos a reflexionar sobre tu pasado, sobre dónde empezasteis a ver estas dinámicas. Hay una cantidad enorme de pequeñas violencias en el día a día que ni siquiera percibimos. La violencia psicológica (comunicación pasivo-agresiva, insultos, manipulación…), afecta nuestra autoestima e integridad. La violencia especialmente en etapas vulnerables y puede ser tan dañina como la física generando problemas de salud mental como la ansiedad o la depresión.

Si una persona te está tratando mal tienes derecho a manifestar tus límites y necesidades de forma asertiva. Además, sin seguir el mismo juego de maltrato, puedes evaluar qué está sucediendo, evitar el confrontamiento y buscar apoyo de otras personas.

¿Por qué nos cuesta autocontrolarnos?

El enfado, como emoción, sigue estando muy reprimida en general. Aunque especialmente en las mujeres se reprime y en los hombres, históricamente, se ha permitido e incluso facilitado. Del mismo modo que otras características de personalidad, como la emocionalidad o ser extrovertido.

Las personas tendemos a no expresar la ira, la acumulamos y sacamos con impulsividad cuando nos desborda. Está bien enfadarse y mostrar una mirada seria, mantener una postura rígida o incluso elevar un poco el tono de voz. Esa es la emoción del enfado y puede ser una forma de ira constructiva, una que surge de la defensa personal o de la frustración cuando las cosas no salen como esperábamos. Es una reacción natural del cuerpo para protegerse.

Tratar mal por culpa de la ira destructiva

El problema surge cuando tenemos tanto miedo a la ira que empezamos a reprimirla. La acumulamos hasta que se convierte en destructiva y explota. Este tipo de ira destructiva es una de las emociones que más impulsa la violencia en las relaciones interpersonales.

Desde la infancia, hemos observado cómo nuestras figuras cuidadoras expresaban su ira dando golpes en la mesa, en las puertas o con actitudes similares. Aunque no siempre somos conscientes, hemos aprendido estas conductas y, con frecuencia, las replicamos.

Necesitamos aprender a enfadarnos de forma saludable para evitar que la ira se acumule y se vuelva destructiva. Si no aprendemos a gestionarla, empezamos a mezclarla con otras emociones como la tristeza o la culpa.

¿Cómo gestionar la culpa y evitar tratar mal?

La culpa también puede ser una forma de dañarnos a nosotros mismos y a los demás. Como en el juego de la patata caliente la culpa es algo que nadie quiere sostener porque pesa demasiado. Entonces, la pasamos a otra persona con frases como: “Es que tú me dijiste esto…”. Pero esa persona tampoco quiere cargar con ella, así que la devuelve, y así sucesivamente.

Este intercambio se vuelve un acto violento si no nos detenemos a aceptar nuestras acciones y a cortar el ciclo de culpabilidad. Esta forma de trasladar responsabilidades es una violencia silenciosa. La violencia no siempre es física, sino cualquier acto que vulnera el bienestar de una persona.

Entonces, ¿qué nos lleva a comportarnos así? Hay múltiples factores. Uno muy importante es cómo hemos sido criados y cómo se ha gestionado el apego en nuestra infancia, tanto con nuestros cuidadores como con otros familiares.

La culpa es algo que nadie quiere sostener porque pesa demasiado.

Buscar atención de manera agresiva

Imagina que te ofrezco un cheque de millones de euros, la cifra que quieras, pero con una condición: nunca más recibirás atención de nadie. No podrás tener conversaciones ni interacción social significativa. ¿Aceptarías el cheque? Nadie responde que sí. La atención es el recurso más poderoso que tenemos como seres humanos. Es la base de nuestras relaciones y mueve el mundo a nivel social, cultural y político.

Sin embargo, desde pequeños hemos aprendido que llamar la atención a veces implica conductas destructivas. Cuando no conseguimos atención a través de formas positivas, a menudo recurrimos al conflicto. El niño aprende que las conductas negativas o agresivas son más efectivas para captar atención que las positivas. Este patrón, si no se rompe, se perpetúa desde la infancia hasta la adultez.

En la adultez entonces buscamos atención usando el sarcasmo, el lenguaje pasivo-agresivo o provocando. Estas dinámicas perpetúan relaciones basadas en el maltrato emocional porque, aunque sean desagradables, logran lo que buscamos: atención.

Si solo prestamos atención cuando algo malo ocurre, estamos fortaleciendo ese tipo de comportamiento. Cambiar este ciclo implica aprender a valorar y responder a las conductas positivas y desarrollar formas más saludables de comunicarnos y vincularnos.

¿Cómo decir las cosas claras sin ofender?

Después de preguntarte ¿por qué trato mal a la gente que quiero? Quizá pienses en cómo poder evitarlo. Cuando tenemos inestabilidad emocional y no sabemos gestionarnos, lo proyectamos en otros. El problema de la heterorregulación es que no siempre es positiva. En lugar de buscar contención o apoyo emocional, descargamos nuestra ira en quienes no tienen nada que ver con la causa de nuestro malestar.

Aquí es donde entra en juego la importancia de la comunicación asertiva y el desarrollo de herramientas emocionales. En lugar de señalar y castigar la violencia, podríamos enseñar desde edades tempranas cómo gestionar nuestras emociones de forma sana, tanto en escuelas como en otros espacios educativos. Esto implica cambiar el enfoque de la rabia destructiva a la constructiva y aprender a comunicar lo que sentimos sin hacer daño.

Es importante diferenciar entre asumir la responsabilidad de un comportamiento violento y quedarse atrapado en la culpa y llegar a extremos como la despersonalización. Si nos quedamos estancados en el arrepentimiento, nos metemos en una especie de “cueva emocional” que no nos permite crecer ni avanzar. En cambio, reconocer el error, reparar si es posible y buscar mejorar nuestra gestión emocional es lo que realmente importa.

En definitiva, el miedo al abandono está en la raíz de muchos problemas relacionales: “Te amo, pero me aterra que te vayas”. Estas dinámicas, aunque dolorosas, pueden ser trabajadas y transformadas cuando aprendemos a tratarnos bien a nosotros mismos y a los demás. Y ese es, quizá, uno de los mayores retos y aprendizajes que podemos tener como seres humanos.

Como siempre, gracias por acompañarnos una semana más, nos escuchamos el próximo domingo. Gracias también por vuestras puntuaciones y comentarios en Spotify y en Itunes, eso nos ayuda a crecer.

Fuentes:

  • Daniel Goleman (2012). El cerebro y la inteligencia emocional. Ediciones B.
  • Daniel J. Siegel y Tina Payne Bryson (2012). El cerebro del niño. ALBA.
  • Mark Wolynn (2017). Este dolor no es mío. Gaia.

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El contenido ha sido redactado con fines divulgativos, en ningún caso puede sustituir la valoración de un profesional. El artículo ha sido revisado por el equipo de redacción clínica.

Artículo escrito y revisado por Beatriz Pujante | Graduada en psicología, con nº de colegiada 27435.

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